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¿A tres minutos del apocalipsis?

El "Reloj del Fin del Mundo", medida acreditada de lo cerca que está el mundo de la catástrofe, se ha puesto de nuevo en marcha. English

Juan Gabriel Tokatlian
2 julio 2015
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Reloj del Fin del Mundo: minutos para para la medianoche, 1945 - 2015.Wikicommons/Fastfission. Some rights reserved

En el punto mismo de origen de la guerra fría, en junio de 1947, un grupo de científicos quiso llamar la atención sobre el peligro extremo que planteaba el rápido desarrollo nuclear para fines militares. Aquel mismo mes, el Bulletin of the Atomic Scientists (Boletín de los Científicos Atómicos), fundado en la Universidad de Chicago, publicó en su portada la imagen de lo que llamó Doomsday Clock (Reloj del Fin del Mundo). El reloj marcaba las doce menos siete minutos. En décadas posteriores, en varios momentos críticos de las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la manecilla del reloj se acercó todavía más a la hora fatídica. Era una clara señal de que una gran confrontación entre las dos superpotencias era cada vez más probable.

El fin de la guerra fría y la expectativa de un "dividendo de paz" ayudaron a mover la manecilla del reloj hacia atrás, hasta diecisiete minutos antes de la medianoche. Pero desde 1995 se ha ido deslizando hacia adelante una vez más, acercándose progresivamente a la hora temida. Durante las siguientes dos décadas, varios factores - enormes arsenales nucleares, degradación ambiental acelerada, nuevos avances tecnológicos - han generado una situación internacional cada vez más turbulenta. En enero de 2015, el reloj se colocó a tres minutos para la medianoche ya que, en palabras del Boletín, "los líderes internacionales no están cumpliendo con su deber más importante - garantizar y preservar la salud y vitalidad de la civilización humana".

Nueve estados en el mundo poseen unas 10.215 cabezas nucleares cuya potencia destructiva equivale a un millón de las que se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki. En los últimos cinco años ha habido un número creciente de incidentes (robos, pérdidas, accidentes) relacionados con material nuclear sensible. Además, tanto la temperatura media global como el nivel del mar y la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera van en aumento. A esta lista pueden añadirse otros fenómenos inquietantes como la propagación del espionaje masivo y los ciberataques entre países, junto con las preocupantes transformaciones tecnológicas derivadas de la robótica y su aplicación en el campo de las armas letales.

En este contexto, tres factores adicionales están provocando graves e incontroladas tensiones. El primero es el empeoramiento de una crisis múltiple y entrelazada en Oriente Medio, Asia Central y el norte de África. El fracaso de las intervenciones militares (en Irak, Afganistán, Libia) lideradas por Occidente; el colapso de las primaveras árabes; la degradación del conflicto palestino-israelí; la expansión de la violencia sectaria entre suníes y chiíes; la multiplicación de las milicias armadas irregulares, como ISIS, que recurren al terror generalizado; las fricciones fronterizas en curso entre distintos países; el incremento de los Estados frágiles; y la potencial proliferación nuclear han convertido a esta extensa parte del mundo en un punto caliente permanente que nadie sabe cómo manejar - ni los Estados Unidos y las potencias europeas en declive, ni las potencias emergentes del Este y del Sur. Pensar que todas estas cuestiones críticas solapadas pueden seguir gestionándose con la tradicional mezcla de fuerza y realpolitik es conceptualmente ingenuo y estratégicamente equivocado.

El segundo factor es la intensificación de la hostilidad entre los países occidentales y Rusia. Una analogía imperfecta sería ver esto como una repetición de la guerra fría, lo cual sería además peligroso ya que podría dar lugar a mensajes inapropiados y a medidas erróneas que sólo agravarían la tensa situación en torno a Ucrania. Está claro que Occidente y Rusia tienen puntos de vista diferentes acerca de los ingredientes de un orden estable para Eurasia, y se ven incapaces o no están dispuestos a hacer concesiones. La combinación de una alianza atlántica extralimitada, que todavía está sufriendo una notable recesión, y una economía rusa debilitada, gobernada por un autoritarismo electoral, es muy problemática. Ambas partes, y el mundo, deben tratar de evitar la parálisis, la humillación, o la guerra.

El tercer factor, que es crucial entender, es la compleja dinámica geopolítica del sureste asiático. La transformación de China de actor regional a potencia global está provocando reacciones y reajustes importantes en la zona. Es fundamental gestionar la transición de poder internacional que subyace al resurgimiento de China en los asuntos mundiales. La historia demuestra que los cambios de poder relativo a menudo (aunque no siempre) terminan en guerra. Hay signos evidentes entre los actores geográficamente cercanos  como Japón y lejanos como Estados Unidos, de un compromiso para resistir y eventualmente revertir el resurgimiento de Beijing. La falta de confianza, moderación y autocontrol pueden conducir sin querer a una crisis. Sin ir más lejos, el llamado "giro" de Washington hacia la cuenca del Pacífico, la nueva seguridad adelantada por el primer ministro japonés, Shinzo Abe, y la estrategia militar reciente de China no parecen coincidir en un camino común que pueda acomodar los intereses de estos actores clave.

En resumen, esta es la primera vez en un cuarto de siglo que el mundo en su conjunto es testigo de una situación tan delicada. La advertencia del Boletín de los Científicos Atómicos debe ser tomada muy en serio.

Este artículo fue publicado por primera vez en openDemocracy el 30 de junio de 2015.

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